Elenisima, 90 años y los que te faltan!!!

Por Javier Mejía

Tres veces tuve la oportunidad de conversar con Elena Poniatowska y siempre recordaré con alegría esos gratisimos momentos. Las dos primeras ocasiones fueron en Mexicali, Baja California, y una tercera ocurrió en la ciudad de México, precisamente en tu casa ubicada en las cercanías del metro Miguel Ángel de Quevedo, a espaldas de lo que fue la librería Gandhi.

Era el 15 de agosto del año 2002 cuando llegué a tu casa, —en medio de un tormenton “marca lloraras”—, protegida por frondosos árboles. El reloj marcaba las cinco de la tarde y pensé que no llegaría a la hora que habíamos acordado. Salí de la casa de mi papá Francisco y mi mamá Catalina, en el barrio de Tacubaya, quienes ese día estaban súper orgullosos porque su hijo Javier estaría con la enorme Elenita. Esa emoción compartida nunca lo voy a olvidar.

Iba presentable, con vestimenta sencilla y limpio como debe de ser. Recuerdo que llevaba un paraguas y en la otra mano una bolsa con franjas horizontales multicolor y asa blanca reforzada que en ese tiempo fabricaba mi tío Poncho, y en la que puse cinco manzanas rojas según yo para que te ayudaran a mantener brillo en tu piel y para mejorar tu flora intestinal.

Tome el pesero de la ruta 24 rumbo al Metro Chapultepec y trasborde en Balderas con dirección a Universidad y, como les dije, baje en la estación de Miguel Ángel de Quevedo.

“Los relámpagos de Agosto” diría José Emilio Pacheco, estaban a todo lo que daban y la lluvia caía con gran fuerza que hacían intransitable la ciudad. Espere a que amainara la tormenta con ese nerviosismo de quien empezaba a desconocer el ritmo frenético de la ciudad de México. Por fin bajó un poco el aguacero y emprendí mi camino rumbo a casa de Elenita como le digo de cariño. Recuerdo que camine entre puestos semifijos de comerciantes que ofrecían comida, cidis, periódicos y revistas, todos cubiertos de plásticos azules de los que chorreaban las gotas de la lluvia de manera incesante. Ingresé a una zona arbolada que convergía a una pequeña glorieta de esa calle cerrada en la que me encontré con un guardia que me indicó la dirección donde vive la Poniatowska.

No me quitaba la preocupación de qué diablos iba a platicar o mucho menos aportar en la reunión de la que en unos segundos iba a formar parte. No sabía quién más estaría adentro. Acaso su esposo, sus hijos, sus amigos escritores, quizá periodistas de La Jornada o de la revista Proceso, de las que formaba parte. Ya estaba ahí por lo que tendría que asumir cualquier riesgo desde quedarme mudo hasta incluso hacer el ridículo o desmayarme ante ese misterio previo ante el esperado encuentro. Nada de eso ocurrió porque Elena es tan sencilla en su trato y generosa en demasía que me recibió con esa imborrable sonrisa, un beso en la mejilla y un abrazo que lo sentí contagiado de fraternidad.

Dicho recibimiento me dio tranquilidad para articular mis primeras palabras. Me pidió el paraguas y procedí entregarle la bolsa de mandado multicolores con las manzanas de rojo intenso que había comprado en el tianguis que todos los jueves se pone en la calle de General Sostenes Rocha y Monterde, colonia Daniel Garza.

Ella agradeció el obsequio y creo que le expliqué que la bolsa la fabricó mi tío y enseguida puso las manzanas en un frutero y la bolsa la guardo en un mueble de su cocina. Estaba una señora que le ayudaba en los quehaceres a la que me presentó y con la que ella tenía una relación amigable de manera que más que su patrona era eso su amiga. Me dijo que esperaba a una pareja de amigos los que no tardaron mucho en llegar. Nos sirvieron agua de limon y en la mesa había queso y frutas secas. Salió el tema de Mexicali y me dijo que tenía amigas en esta tierra fronteriza. También que Martha Lamas (pionera del Movimiento Feminista en México) le había pedido que escribiera sobre la historia de Paulina la niña madre violada en junio de 1999 por lo que accedió y viajó a tierras cachanillas sólo porque ella se lo pidió. Tenía su opinión de algunas mujeres de Mexicali que en ese momento se “apropiaron del Caso Paulina”.

Me platico de su esposo astrónomo de profesión y de sus hijos. Yo le conté de mi padre y de mi madre, de mi vida universitaria y de reportero. Fueron unos 15 o 20 minutos en lo que me escuchaba con mucha atención. En eso tocaron la puerta y era la pareja que había invitado. Recuerdo que eran de origen japonés aunque hablaban muy bien el idioma español. Los cuatro estábamos en la mesa justo la medida para estar cómodos. La plática fluyó y se dividió entre cuatro hasta que anocheció. Uno de sus hijos le habló para decirle que no lo esperara a cenar, por lo que su amiga que le ayuda a los quehaceres se retiró. La reunión siguió unas horas más hasta que de pronto Elena se levantó y se dirigió a una habitación. A su regresa traía varios libros en ambas manos y me los regaló no sin antes estampar sendas y extraordinarias dedicaciones que les presumo en esta publicación como lo que son: puro oro molido. Tal como les dije, aquel nerviosismo inicial empezó a diluirse desde el recibimiento, y tras de leer la primer dedicatoria me hizo sentir algo sublime como ocurre cuando las vuelvo a releer.

Pero eso no fue todo, vino otro gesto que no olvidaré. Una vez que la pareja de invitados se despidió, mi amiga Elena Poniatowska me ofreció un raite, a pesar de que a ella no le gustaba manejar, menos de noche. Nos subimos a su carro marca Suru, encendió el motor, las luces y arrancó. Ya no llovía, aunque las calles estaban mojadas y se armó de valor hasta bajarme lleno de alegría por haber tenido el privilegio de conocer y estar con esta gran mujer que acaba de cumplir 90 años de vida fecunda y estoy cierto que el deseo que tenemos para que ella viva muchos más se le cumplirá. Vaya una sincera y cariñosa Felicitación para mi amiga Elena Poniatowska Amor…

Leave A Comment