
Panchito, nunca te voy a olvidar
- Javier Mejía
- 4 de junio de 2022
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Un mes antes de la muerte de mi padre hablé por teléfono con mi hermana Martha para saber sobre su estado de salud y ella me dijo que estaba delicado pero que era conveniente esperar a ver cómo reaccionaba después de la operación que le hicieron en el Seguro Social. Sus palabras de alguna manera me tranquilizaron y enseguida en mi mente hice un recorrido fugaz de tantos y tantos momentos que vivimos juntos en Familia.
Era el 25 de octubre del año 2014 y al colgar el teléfono me di cuenta que esa tranquilidad era relativa por no decir engañosa de manera que pensé que era necesario viajar a la Ciudad de México, idea que fue apoyada sin dudarlo por mi Familia. Y así fue.
Siempre pensé que Panchito saldría librado de esta y que él estaría muchos años más junto a mi madre Catalina, sus hijos y sus nietos, porque fue un hombre valiente y amoroso que merecía seguir vivo. Esa era mi convicción misma que reforcé durante dos o tres días, sobre todo durante el vuelo de Mexicali a la ciudad de México que fue un vuelo lleno de nostalgia y de alegría, fue un tiempo en el no hice más que recordarlo, de escuchar su voz a veces suave y otras firme, así como para recrear en mi mente los inolvidables momentos que pasamos a lo largo de más de tres décadas que vivimos y disfrutamos desde que nací hasta que decidí partir con rumbo al norte del país hace más de dos décadas, decisión que no sólo respetó, sino que siempre me apoyó y de la cual nunca estaré arrepentido.
Panchito cómo no recordarte siempre, en todo momento.
Ahora viene a mi memoria cuando yo era un niño y tú imitabas a Bienvenido Granda, “El bigote que canta”, sin saber nosotros quien era el cantautor cubano y sólo pues nos imaginábamos el tremendo mostacho que se cargaba y a la postre con el que muchos en esa época lo identificaban.
…”Vengo a pedir perdón a los muchachos porque pronto me voy para la guerra y aunque voy a pelear en otras tierras voy a salvar mi derecho mi patria y mi fe. Ya yo me despedí de mi adorada y le pedí por Dios que nunca llore…
O cuando bailabas música de La Sonora Matancera moviendo los pies y los antebrazos que chocabas a tus dorsos como si emprendieras el vuelo con ritmo y cadencia. Eras alegre y buyangero en privado con tus hijos y tu esposa. En lo público eras reservado y respetuoso, amigable, muy amigable como también un hombre protector y muy trabajador.
El 27 de octubre de ese año tomé el avión y lo que más deseaba era estar junto a Panchito para mirarlo a los ojos y escuchar su voz, estrechar su mano y darle un abrazo, que nos regaláramos una sonrisa contagiosa.
Llegué a la casa en la colonia Garza, esa que con enorme esfuerzo construiste junto con tu hermano, el tío Jesús, para empezar a dejar atrás el adobe y los techos de láminas de cartón con el tragaluz en medio del tejado hecho con dos laminas de color amarillo claro para que nos iluminaras Padre.
Allí estabas aún lúcido sentado en un sillón, aunque la mayor parte del tiempo descansabas en la cama. Mi estancia en la Ciudad de México se prolongó durante unos 20 días en los que “sacamos la tinta” y te pedí perdón por todos mis errores hasta que la tarde del 14 de noviembre recuerdo que te frotaba tus manos porque tenías frío. Luego con tu mano derecha apretaste la mía como un saludo no en forma tradicional como se hacen, sino como cuando se da un aplauso y las manos se entrelazan, sin saber qué más que un saludo era una despedida. Me miraste con la ternura de un padre hacia su hijo. Noté tus ojos cansados de un tono color marrón fijos a los míos, añadida con lo que fue tu último aliento. Mi padre había muerto.
Pa nunca olvidare tu legado y siempre estarás presente.
Posdata; Dedico estás líneas a mi amigo Mario Díaz Becerra, quien a sus 93 años sigue trabajando y mantiene su gran sentido del humor. Te quiero mucho, doctor.
