
Mario Díaz Becerra, destreza y humanidad a toda prueba
- Javier Mejía
- 12 de junio de 2022
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Por Javier Mejía
Desde siempre Mario Díaz Becerra supo que quería ser médico y esa idea nadie se la iba a quitar. Estaba dispuesto a hacer todo su esfuerzo. Nada ni nadie se lo iba a impedir, ni siquiera la pobreza o el sin número de adversidades que padeció y que afrontó a lo largo de su vida. Ni siquiera el accidente que durante su adolescencia le destrozó su brazo izquierdo.
Mario sentía que pasaba el tiempo y no podía concretar su idea de entrar a la escuela de Medicina.
Era la década de los años 40 del siglo vigésimo cuando trabajaba en una lavandería y habló con su patrón para decirle que se teñí que ir porque “ ya había perdido un chorro de tiempo” para concretar la decisión que había tomado: ser médico.
Su patrón entendió que no podía ni tenía ningún derecho de truncar su decisión de manera que le dijo: está bien toma mil 500 pesos de tu liquidación y ve con mi esposa para que te despidas de ella.
Y así lo hizo. La señora no sólo le dio un abrazo sino que también mil pesos más por lo que Mario salió de Mexicali con dos mil 500 pesos para emprender el viaje hacia la ciudad de Guadalajara, Jalisco.
“Ya tomé la decisión y lo demás es mío”, dijo.
En la maleta metió sus zapatos de fútbol y algunas cosas, nada extraordinario porque en realidad no tenía ropa ni calzado, mucho menos relojes o joyas.
Emprendió el viaje cuando tenía 20 años de edad. Había dejado de estudiar algunos años y cuando llegó a la escuela- hospital apenas alcanzó a matricularse. Estaba en el límite del tiempo para poder hacerlo y pensó que la decisión tomada le exigía afrontar todos los riesgos como el llegar prácticamente sin nada. Se había quedado sin dinero y empezaba a caer la noche sin saber dónde iba a dormir. Se dirigió al parque Revolución y eligió una de las bancas de cemento. Miró un hueco donde puso su maleta de almohada perfilándose a descansar cuando llegó un policía.
— Qué haces aquí muchacho?, lo interrogó
— No señor, soy estudiante aquí está mi credencial lo qué pasa es que vengo de Mexicali y no tengo dónde dormir, le explico.
Sintió que no lo dejaría quedarse ahí, pero para su suerte no fue así, el “señor policía” solamente le dijo: “pero muchacho, bueno quédate aquí”.
Mario exhaló una bocanada de aire que le dio cierta tranquilidad y como pudo empezó a conciliar el sueño.
Por la mañana, el oficial le llevó café para irse a la escuela- hospital a seguir con los algunos trámites lo cual agradeció y en sus adentros pensó que Dios le estaba ayudando. Al otro día el uniformado le dio una colchoneta y unos cartones, y le expresó: “aquí tienes muchacho toma quédate yo aquí te voy a cuidar”. Ahí durmió unas cuatro noches hasta que empezaron las clases.
Ya estando en la escuela-hospital una de las monjas le ofreció que se quedara a dormir en los cuartos de los residentes en una especie de internado, y le advirtió que quedarse en el parque podría ser peligroso.
Después decidió irse a otro internado de religiosos franciscanos, donde se daba realizaba labores a cambio de dar una cooperación. Duró poco tiempo su estancia hasta que decidió ubicar a unos tíos a los que desde un principio no quiso molestar y donde prácticamente sólo llegaría a dormir ya que se dedicó a estudiar. Ahí comía y, como no tenía dinero para comprar libros pues se quedaba a estudiar en la biblioteca.
Ya en clases la raza empezó a conocerse, unos venían de otros estados, incluso del extranjero como Nicaragua, El Salvador, Alemania, etc
— De pronto Mario preguntó: “por eso pues cabrones quién es de la Baja”.
— Y allá en el fondo uno de los estudiantes dijo: que traía carnal
— De dónde eres loco, le preguntó
— De tiyei y tú?
—De Chicali
—Vente carnal, le dijo al estrechar su mano con cierta fuerza.
A partir de ese momento se hicieron muy amigos. Luego le preguntó qué iba hacer y enseguida lo invitó a comer, le dio alojamiento y hasta ropa le prestó.
Algo hacía que las cosas se fueran acomodando, y Mario no dejaba de pensar que “el vato de arriba es Grande”.
La mayor parte del tiempo la pasaba con la raza tanto que su tío se empezaba a preocupar Después todos apoyaron a “El
Mariachi” con casa, comida, libros, ropa y calzado.
Esa solidaridad la tiene muy presente y le permitió salir adelante hasta graduarse y después hacer la especialidad de médico internista.
Mario siente el gran compromiso de ejercer la medicina con esa conciencia social que en estos tiempos muy pocos poseen.
“Por eso no puedo ser de otra manera. Sería como darles una cachetada a los que me ayudaron. Sería convertirme en una persona que estudió medicina para vengarse de lis demás. Como si los demás tuvieran la culpa que yo no tuviera dinero para estudiar. Moralmente me siento comprometido y sé que eso es lo que debo de hacer no otra cosa. No me imagino viviendo de otra manera”, expresó
—Me entiendes?.
— Claro que te entiendo, le dije
Ese día yo fui su último de sus pacientes y Mario me regaló unos 15 o 20 minutos para charlar lo cual me hizo sentir muy bien y hasta bendecido porque además de que salí sano sus palabras me conmovieron al borde de las lágrimas.
Nunca deje de escucharlo con la atención debida y no dejaba de mirar sus ojos claros y cansados detrás de los espejuelos de aquellos anteojos metálicos que continuamente subía con su dedo índice de la mano derecha ya que el de la izquierda estaba ausente o mocho como le decían.
Mario estaba sentado frente a su escritorio del consultorio donde acuden muchos pacientes en su mayoría de escasos recursos, los que salen aliviados y con un gran ánimo para cuidarse y seguir viviendo.
Poco antes su esposa Xóchitl se retiró y nos dijo no olviden que estaré esperando acá de este lado, señalando la parte lateral del consultorio
— La medicina es de servicio y hay que tener la conciencia social, terminó ilustrando con su manera de ser y de pensar
Mario es así y no puede ser de otra manera y ni lo será a sus 93 años de vida fecunda de los cuáles más de 70 los ha dedicado a sanar y a salvar vidas sin pedir a cambio “nada a casi nada que no es lo mismo pero es igual”.
La conversación casi llegaba a su término. Lo supe porque el doctor agarró el “mouse” para cerrar la pantalla de su computadora, mientras nuevamente subía los anteojos de su nariz respingada, al tiempo que volteaba a verme.
—Me entiendes Javier porque no puedo ser de otra manera.
—Claro que te entiendo, Mario, le reitere.
Cuando llegue mi turno y así lo decida “el vato de allá arriba” se que mucha gente estará ahí para despedirme, de lo contrario nadie se pararía y eso me dejará tranquilo como cuando sientes que cumpliste el objetivo.
Nos levantamos casi al mismo tiempo me acerqué a darle la mano y le pedí darle un abrazo lleno de fraternidad. Abrí la puerta y me sentí felizmente chingon…
