Días de tristes silencios y lejanos recuerdos

Por Javier MEJÍA

Estos días de pronto surge una chispa en el tiempo que ayuda a transportarnos con el pensamiento a un punto de encuentro con realidades que, en su momento, provocaron emociones y que junto a la experiencia van hilando la formación de los seres humanos y de las sociedades. Esta vez pienso en gente extraordinaria con la que he tenido la fortuna de encontrarme en este andar por la vida, particularmente por esta ruta del Periodismo, y quienes estuvieron durante los momentos difíciles y apremiantes. Voy solo, de visita al pasado. Nadie me trajo

En tiempos de crisis, una de las cosas que generan mayor angustia es quedarse desempleado y cada quien lo afronta a su manera con mayor o menor suerte.

En mi caso fueron tres o cuatro veces que estuve en dicha circunstancia, y en mis primeros días de «asueto» normalmente acudía con don Ernesto González (ER) a sus oficinas en la calle de Revillagigedo 16, saliendo del Metro Balderas, donde me recibía con gusto aunque me anticipaba que no había vacantes que dejara mis fotos y que ellos me hablarían. No era cierto, al final me daba chamba en tanto volvía al diarismo que era lo que deseaba y él mismo fue quien me alentó y apoyó para dar ese paso cuando aún era estudiante en la UNAM y por primera vez trabajé en Servicios Periodísticos de México por el año de 1986.

Recuerdo que llegamos Pepe «El Frijol» y yo, sin saber realmente a que íbamos. La razón social de la empresa de EG era atractiva y como ambos empezábamos los primeros semestres de la carrera de Ciencias de la Comunicación, pues «nos caía como anillo dedo».

Hacíamos antesala hasta que nos llamaron primero al Pepe y luego a mi. Aunque no era la primera entrevista laboral, si había nervios porque ambos queríamos ser periodistas aunque no sabíamos con certeza qué pasaría después de la entrevista. Ninguno pensó que nos quedaríamos esa fue nuestra sensación compartida al salir y caminar con rumbo a la calle de Arcos de Belem.

Cuando la secretaria pronunció mi nombre tomé el folder donde llevaba mis papeles y al pararme en la puerta miré al fondo a don EG revisando unos textos mientras una lámpara le proyectaba una luz intensa que por poco y quemaba el papel. Levantó sus anteojos bifocales, se quitó una especie de coderas que se ponía para no manchar sus camisa impecablemente blanca, con su respectivo chaleco de estambre a cuadros  y corbata.

–Así es que usted quiere trabajar y esta estudiando Periodismo… y por qué quiere ser periodista?, soltó sin más

Sin haberla previsto como una pregunta lógica o básica, la respuesta sería fundamental para aspirar a ocupar la plaza, lo supe después porque fue la única pregunta que don Ernesto me hizo lo demás fueron asuntos biográficos, de mis padres y un poco de mi árbol genealógico, hasta mis abuelos que es hasta donde llegaba mi memoria.

— Pero que le contestaste a su pregunta?

— No lo recuerdo con exactitud… creo que le dije que me interesaba el movimiento obrero y quería informar lo que pasaba en las fábricas y ayudar a los trabajadores. Mi respuesta salió al momento porque en ese tiempo tenía una fuerte influencia personal ya que mi papá Francisco Mejía Ferrusca participó en la lucha sindical en los duros tiempos del charrismo sindical cetemista.

Entre tanto, el Frijol se quejaba: «Qué pedo pinche viejo lo primero que me dijo es que no podía andar con el pelo largo»

— Qué le respondiste?

— No le hice caso… y enseguida me preguntó que por qué quería ser periodista

— Yyyy , a mi también me preguntó lo mismo, qué le dijiste?

— Que no sabía, pero quería cambiar las cosas y hacer una revolución con los colonos que representaban a través de un grupo conocido como «los panchos villas», en tiempos del floreciente Movimiento Urbano Popular. El Frijol era egresado de la Prepa Popular Tacuba y era aguerrido en sus tiempos estudiantiles, algo así como del pensamiento político radical de esos tiempos.

El caso es que nos quedamos a prueba a pesar de nuestra baja autoestima que traíamos como para pensar que nos quedaríamos, al salir de las entrevistas laborales. Esta oportunidad surgió a partir de un anuncio en la sección del clasificado en el que solicitaban redactores. Y ahí vamos el Frijol y el Mejía a la calle de Revillagigedo, a unas calles del metro Balderas, donde alguien «dejó embarrada su reputación».

Por alguna causa, el Frijol dejó de ir y solo nos veíamos en la Facultad.

Una tarde, el jefe llamó a las dos secretarias –que por cierto no cesaban de escribir en máquinas eléctricas en la que por dentro les giraba una esfera rodeada de letras–, y les anunció que me haría cargo del área de las colaboraciones periodísticas que en paquetes de editoriales, notas informativas, crónicas,  reportajes y cuentos breves que  enviábamos a algunos periódicos y revistas semanales. Éramos un grupo de estudiantes de la UNAM y de la escuela de Periodismo «Carlos Septien García».

Además de armar los paquetes editoriales, con el tiempo, entre mis funciones también estaba la de pagar a los colaboradores y a las secretarias. Así fue casi un año, hasta que surgió una propuesta:

Uno de los periódicos con los que teníamos convenio era el semanario «Hechos Sindicales», que dirigía el profesor Leodegario Aguilera Lucas, quien me ofreció trabajo y como el tema sindical nunca dejó de ser de mi interés, a partir de ese momento lo abordaríamos desde el punto de vista periodístico, como reportero… pero como dijo Nana Chela «esa será otra historia»…

Posdata: «Pase lo que pase», aunque «las cosas no cuadren» y parezca que «aquí hay gato encerrado», no olviden mantener el control de sus emociones y, sobre todo, no le resten valor a las ideas

 

 

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