
Emilio Viale, un peruano «más mexicano que el pulque»
- Javier Mejía
- 17 de junio de 2023
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Javier Mejia
Emilio Viale, jefe de información del Diario de México, era un hombre observador, ágil, culto y con un gran sentido del humor. Hace unos cinco años falleció en la ciudad de México. Junto con don Pedro Álvarez del Villar y don Jorge Villa Alcalá, hacían el periódico allá en la década de los años 90.
En la calle de Chimalpopoca, cerca del metro Isabel la Católica, estaba el Diario que contaba con una buena plantilla de reporteros y reporteras que todos los días salían a buscar la noticia, el suceso.
Nacido en Perú, aunque «más mexicano que el pulque», Viale nos daba órdenes de trabajo, pero además le abonaba al trabajo de otros con su experiencia y orientación periodísticas para ofrecer un mejor periódico a los lectores.
Eran los inicios del año 1994. Pasaditas las nueve de la noche salí de la casa, en Tacubaya, y se sintió que el frío carcomía mi cara. Yo llevaba una chamarra azul de pana y camisa blanca que poco o casi nada me arropaban. Aguanté el temporal hasta que subí a la combi que me llevaría al metro Chapultepec y de ahí hacia la estación de Isabel la Católica. Al salir, mi destino quedaba a unas tres o cuatro calles, precisamente en la calle de Chimalpopoca.
Aquellos recorridos cotidianos, por esa parte lateral del Centro Histórico de la ciudad de México, fueron por más de tres años. Tiempo y espacio, ruidos y olores urbanos. Humor social, lazos de comunidades citadinas, se registran, se sienten y se perciben por doquier.
Pues ahí iba yo, viajando en un vagón de la línea 1 del Metro, en camino a una cita de trabajo, a horas de la noche, cosa que nunca antes me había ocurrido. Se escuchó que el tren se detenía y con ello llegaba el momento de bajar. Si era o no la mejor hora para pedir trabajo, eso estaba por verse. El hecho es que fue la hora que un compañero reportero me aconsejó y así fue.
Alrededor de las diez de la noche llegué a la recepción del Diario de México, me anunciaron, mientras salían algunos reporteros que terminaban su jornada de trabajo. Otr@s seguían arriba en la «talacha periodística». Pasaron unos minutos y me dijeron que podía pasar por las escaleras al primer piso. En la planta baja estaban los talleres y oficinas administrativas. Arriba era la Mesa de Redacción, la oficina del jefe de Información y los escritorios de los reporteros con sus respectivas máquinas de escribir, cuartillas de papel de estraza, papel calca y el papelerío de archivo algo desordenado, en la mayoría de los casos.
Subiendo las escaleras, vuelta a la derecha, estaba la oficina de Emilio Viale. Un vidrio y la puerta abierta hacía visible y accesible su espacio. Él con su pelo cano, camisa blanca arremangada y corbata aflojada, de frente a uno de sus reporteros porque el trato era directo para saber qué información llevaban. Yo estaba en la puerta, cuando me dijo:
–Pásale, Javier. Ahorita platicamos, siéntate.
Su escritorio estaba lleno de notas, cables, domis, marcados con tinta roja, así como fotografías con información de las secciones con las que confeccionaban el periódico.
Mientras esperaba sentado en el sillón, pasaban los últimos reporteros a checar alguna nota y me llamaba la atención que todos o casi todos antes de sentarse le daban un llegue al panqué envuelto en papel de color rojo que prácticamente todos los días le dejaba el «cafenauta» en su escritorio.
Uno de los últimos en pasar por dicha oficina fue don Pedro Alvarez del Villar, con su cigarro Benson blanco, dejando huir el humo por sus gruesos anteojos y su cabello claro y chino hasta que se disipaba en las alturas.
— Qué nos falta, Emilio?, preguntó el veterano periodista
— Está terminando una nota Raúl Correa y con eso cerramos, respondió Viale
Cabe recordar que la información circulaba de las máquinas de los reporteros a la Jefatura de Información y de ahí a la Mesa de Redacción. Luego, a los talleres para la formación de las planas y a las rotativas hasta que salía calientito, casi de madrugada.
Antes, el reportero de la fuente política dio el último teclaso de la noche. Entregó su nota y empezó la retirada de la Redacción. Y Emilio bromeó: «aquí tu amigo Raúl Correa retrasando la edición con tal de no platicar contigo»
— No seas cabron, jajaja, no es cierto.
Ambos bromeaban mucho y eso lo fui confirmando día a día, y durante más de tres años de formar parte de este grupo de periodistas.
Viale tomó su saco, con su mano derecha se acomodó su cabello cano, y me preguntó: «para que rumbo vives?».
— Por Tacubaya, más o menos, por Los Pinos o el Bosque de Chapultepec, le dije sorprendido, pues sin conocerme me ofreció un raite, ya pasaditas las once de la noche.
Él conducía un Ford LTD negro, automático que parecía enorme. Las calles estaban solonas y agarramos casi puro semáforo en verde. La ruta era directa Izazaga-Arcos de Belén-avenida Chapultepec y Constituyes hasta llegar a la colonia Garza. El frío calaba los huesos durante esa noche lluviosa. En el trayecto la plática fue amena, biográfica, de amigos en común, de aspiraciones y de sueños personales y famiiares.
Tuve la impresión de que a Emilio lo conocía desde antes y, a unos metros de mi casa, me dijo: mañana te presentas, nos vemos en el periódico a las nueve.
–Perfecto, ahí nos vemos. Muchas Gracias
–Nada más no te juntes mucho con Raúl Correa, bromeó antes de darme la mano para despedirme (frente a la fachada azul y el zaguán negro, de la calle Rocha), de quien a partir del día siguiente y durante más de tres años fue mi jefe de Información en el Diario de México en los primeros años de la década de los 90, pero además un amigo que se preocupaba por el bienestar de sus reporteros y sus reporteras.
Posdata: Venga Amigo Emilio: vuela alto, vuela siempre!!!
