Marcos Tapia, sigue presente en los pasillos del Hospital General de Mexicali

Por Javier Mejía

Sus gritos y sus risas se escuchaban por todos los pasillos, mientras conducía el diablito lleno de medicamentos y materiales de curación para dirigirse a la farmacia del Hospital General de Mexicali.

Siempre sencillo, directo y claro en su hablar cuando se dirigía al personal, desde el más modesto en el organigrama hasta los médicos especialistas y, no se diga, a los directivos.

Con respeto siempre, Marcos Tapia  no se andaba por las ramas para expresar su sentir sobre todo cuando no estaba de acuerdo ante algún abuso o alguna arbitrariedad.

Gente de barrio, vivió toda su vida en la colonia Conjunto Urbano Orizaba, donde acompañó a su madre hasta los últimos días de su vida. La figura materna la tenía muy presente y para él fue el motor que lo impulsaba en su diario acontecer. El día que ella murió,  Marcos se quería ir también. Así fue su dolor. Unos años después la alcanzó en la otra dimensión.

A Marquitos lo conocí a finales de la década de los años 90 cuando me desempeñé como reportero de La Voz de la Frontera, el Diario de los Cachanillas. Desde un principio nos identificamos. Ambos somos barrio y siempre tenía algo qué contar, además de la información sobre lo que pasaba en el Hospital. Era una veta interminable, era música para mis oídos.

«Hey Mejía, mira we, caile», me decía sin importarle que alguien lo escuchara. Le valía madres. Así era de chingón el Marcos Tapia, quien en su caminar transmitía bravura por su aspecto cholillo. Su voz de trueno, bigotes de alacrán duranguense, sus lentes gruesos color negro y su paliacate rojo, acompañaban a su personalidad.

Y, sin el.menor rubor, abría la puerta de la Farmacia que incluía una repisa donde ponía las medicinas y/o materiales de curación que entregaba a los solicitantes.

El señor Gabriel Borbón, su compañero en el jale, aceptó que ingresara y, con el tiempo, me fui ganando su confianza. Escuchaba cuando el Marquitos y yo mitoteabamos bien y bonito. Ni nos caía. Sólo sonreía mientras acomodaba los productos en los anaqueles.

El Tapia era respetuoso y respetado por la mayoría, y quienes no lo hacían, pues los enfrentaba hasta ponerlos en su lugar porque dejado no era el vato. Así era él y no podía ser de otro modo.

Siempre fue sindicalista cuando en esos tiempos al frente de la organización estuvieron Sergio Vindiola y posteriormente  Viqui Luna, su gran amiga.

También Mario Ornelas compartió y disfrutó de su amistad. Todos fueron compañeros de grandes batallas sindicales y  de memorables reuniones que hacían al término de las asambleas en la calle de Osos y calzada Anáhuac, donde durante muchos años estuvo la sede de la sección 42 del Sindicato de Trabajadores de la Secretaria de Salud.

Nunca se le quitó, Marcos Tapia siempre fue así. Gritón, sencillo, claro y cabrón.

Chingón, hasta donde estés van estas líneas de estima y de agradecimiento.

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