
Don José, el peluquero del barrio
- mexicalinewsadmin
- 22 de marzo de 2025
- Opinión
- 0 Comments
Por Javier Mejía
Hace alrededor de 50 años, en la esquina de General Villegas y General Rincón Gallardo, colonia Daniel Garza, en el Distrito Federal, existió la peluquería de Don José.
Que yo recuerde nunca tuvo algún letrero, sencillamente desde niños mi mamá Catarritos nos decía vamos con Don José porque “ya les chifla el peluquero” y, de mal humor, nos llevaban por nuestro “casquete corto”. Y digo que íbamos de malas porque mis hermanos y yo preferíamos jugar en la calle o hacer cualquier otra cosa antes de ir a que nos trasquilaran.
Tres cuadras desde nuestro domicilio caminábamos para llegar con Don José, el peluquero del barrio. Un hombre bajito de estatura, de manos chicas y hábiles, con el pelo ondulado y bigote tupido. Haga de cuenta al Joaquín Pardavé en su personaje de Susanito Peñafiel en la época del Cine de Oro Mexicano.
Hace unos meses estuve justamente en esa esquina y me llegó el melancólico recuerdo de mi infancia y parte de mi adolescencia. Un negocio bastante modesto como también su vestimenta. Un sillón de madera y en frente el espejo de regular tamaño. Abajito una repisa igual de madera donde tenía peines, tijeras, varias maquinitas mecánicas con las que nos cortaba el pelo, un pomo con talco, una alcoholera con bombilla que usaba después de ponernos espuma de jabón y pasar la navaja por las patillas y por la nuca, así como las brochitas de cerdas amarillas para ponernos el talco y para quitarnos los cabellos de la ropa.
A unas calles de su negocio, don José tenía cierta competencia en la peluquería del señor Marroquín, frente a la avenida Constituyentes, aunque la mayoría del vecindario preferiría ir con “El Susanito de los Pobres”, ya que cobraba más barato, lo conocían nuestros familiares y porque nos caía bien, a pesar de ir a regañadientes a su peluquería.
Siempre nos recibía con una sonrisa y con amabilidad. Con el peine, las tijeras o la maquinita en la mano. Vestía pantalones “bombachos” con pinzas y valencianas, camisas de algodón y manga corta. Con el tiempo, empezó a usar unos lentecillos redondos que se ponía y se quitaba invariablemente. Uno a uno de mis hermanos desfilábamos dejando un buen de pelos porque siempre traíamos la greña bien crecida.
Y una vez que nos “ajusticiaba” pasábamos a sentarnos quietecitos ante la mirada vigilante de doña Catarros. Algunas veces don José cortaba el pelo a domicilio pero era cuando alguien de la familia le solicitaba el servicio aunque nosotros casi siempre lográbamos escondernos o salir a la calle en cuanto lo veíamos entrar al patio de la casa con su maletita llena de sus instrumentos de trabajo, antes de pasar a la peluqueada. Así lo recuerdo ahora y parece que todo esto fue ayer….
