Mujeres de políticos, mensajeras del Poder

Por Javier Mejía/ VI parte

Aún escépticos por las diversas señales y mensajes que generaban confusión entre los aspirantes a la Presidencia de México, y que eran autoría del mismo presidente Aurelio Gómez Anda, tanto el doctor Ávila Puig como su amigo y asesor político, Horacio Allende recibieron un comentario que los hizo renovar sus ánimos políticos de que el ministro de Industrias y Desarrollo se mantenía entre los sobrevivientes rumbo a la Silla del Poder.

— Qué fue lo que escucharon que reavivó la idea de que la candidatura presidencial podría recaer en el doctor en Economía?.

Ambos llegaron a la casa de Ávila Puig donde su esposa Isabel Vertiz tomaba sus clases de «Meditación Trascendental» con las que «aprendió a dominar sus odios, a olvidar sus malos recuerdos y a sólo admitir lo bueno de la vida». En su pensamiento reinaba la idea de «para mí, poco; apenas lo justo para no perder el interés por vivirla», como que ya estaba resignada a pasar a un segundo plano en la relación matrimonial.

Hubo una pausa, un silencio como de sala de espera de hospital, cuando la señora de Ávila Puig dijo: «Supe algo»…

– Quéee?…

Las esposas de los generales ministros de Guerra y Defensa le comentaron, por separado, que tú puedes ser el próximo Presidente de la República.

Después de un rato de analizar tanto los tiempos de dichos comentarios y la última ocasión que Ávila Puig platicó con el Presidente llegaron a la conclusión que seguía no sólo en el radar político de Los Arcos, sino que también con sus sondeos «estaba pulsando la opinión de los militares sobre mi».

Y por si les quedaba alguna duda, doña Isabel remató: dijo que según el Presidente, Ávila Puig era, entre los ministros, uno de los que más méritos tenía para llegar a…».

Tanto el ministro Ávila como Horacio Allende coincidieron en qué «La Palabra del Señor quizá, deliberadamente, empezaba a ser propaganda», tras dichos sondeos de opinión que Gómez-Anda venía realizando, sin perder su estilo instigador y ácido al hablarle a sus colaboradores a horas de la madrugada inclusive, así como de «utilizar» a su esposa para reunirla con la señora del ministro Ávila Puig en un evento social como mostrándolas juntas a los suspicases observadores políticos.

En su casa,  el cansancio lo venció y Avila Puig se quedó dormido durante unas horas en el sofá, con ropa y el vaso vacío en su mano.

El ruido de una ambulancia rompió su pacto con Morfeo, dios del sueño, y lo primero que hizo fue tomarse dos aspirinas ya que le retumbaba la cabeza. Se recostó soltando un respiro prolongado, y de pronto a su mente vino el recuerdo de su padre un modesto empleado postal que no podría ver a su hijo contender por la Presidencia del país, aunque recordarlo le sirvió para reforzar su idea de la necesidad de hacer cambios mejorando sistemas de trabajo, estructuras mentales y moralidad sociales, tal como lo esperaban amplios sectores de la población, el cambio como algo inaplazable, aunque naturalmente otros se opondrian a cambiar la cosas.

Sin embargo el aspirante presidencial se preguntaba si era o no prudente anunciar desde ahora los cambios o esperar el momento propicio sobre todo para ponerlos en práctica.

Victor Ávila Puig no dejaba de darle vueltas a la serie de hechos que venían marcando su vida politica llegando a la conclusión de que para mantenerse en la ruta del Poder Presidencial debía sumar a su causa a la gran mayoría de los contendientes y afinar la estrategia contra los que decidan seguir su camino lo cual correspondería a Horacio Allende, quién sabía cómo hacerlo con base en sus conocimientos , habilidades y recursos políticos adquiridos y abonados como ex columnista y consultor políticos.

Por lo pronto y sin perder la costumbre, el doctor Ávila Puig se levantaría a nadar porque sabía que  «el poder consume, merma a los hombres. Es necesario mantenerse en buena condición física».

Pero eso y más lo seguiremos tratando en la siguiente entrega de esta semblanza bibliográfica de la novela Palabras Mayores del periodista y escritor Luis Spota editado por Grijalbo en 1975.

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