
«Si de don Aurelio dependiera decidir la sucesión, su favorito serías tú….»
- Javier Mejía
- 10 de diciembre de 2023
- Opinión
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* El presidente Aurelio Gómez-Anda presentó La Lista de aspirantes a través del conductor de televisión más popular lo que desató a la opinión pública
* Maniobras, mensajes, simbolismos, señales políticas elucubradas en la mente del Presidente reinan en esta novena entrega de la reseña del libro de Luis Spota titulado «Palabras Mayores» de editorial Grijalbo
Por Javier Mejía/ IX parte
–Te ruego que me acompañes, la esposa del Presidente nos invita a una función de teatro en el Palacio de las Bellas Artes. Es necesario que vayamos juntos, al Presidente le complacería que acompañáramos a la señora Armandina.
–No puedo ir, tengo un compromiso, además con !esa pesada que…!
En ese justo momento el doctor Víctor Ávila Puig, ministro de Industrias y Desarrollo, paró la voz «dura y poco amable» de su esposa Isabel Vertiz con quién prácticamente estaba separado, y básicamente lo hizo por el temor de que alguien pudiera escucharla lo cual en la coyuntura de la sucesión presidencial se volvía más delicado.
— Olvídalo. Más importante es acompañar a Armandina…
— Es una orden?…
–No, te lo estoy rogando.
Después de una pausa, la señora de Ávila Puig lo miró y le preguntó: «a qué hora hay que llegar al teatro»?…
–Yo pasaré por ti antes de las ocho quince. Puedes ir vestida a tu gusto, terminó diciéndole el doctor Ávila a su «esposa». Él sabía que dicha invitación «no era un formulismo social, sino un acto político», por lo que no podían faltar de ninguna manera.
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Al hacer base en su oficina. el ministro Ávila revisó algunos pendientes con su secretario particular Spíndola, con el viceministro Ballesteros y con el coordinador Medina-Albert, quién por cierto era un recomendado del Presidente Aurelio Gómez-Anda y, después del acuerdo con su jefe, comentó:
«Creo yo, Víctor, que si de don Aurelio dependiera decidir la sucesión, su favorito serías tú».
La opinión de Medina-Albert era importante ya que conocía mejor que nadie al Presidente, pues trabajó con él durante más de una década hasta que lo propuso para incorporarse a la Secretaria de Industrias y Desarrollo, donde terminó haciéndose amigo del ministro Ávila.
Como «el tiempo para nada alcanza ya…», se dieron cuenta que había llegado la hora de la comida y, fiel a la costumbre», ordenó a Domingo, su chofer y asistente, dirigirse al restaurante Carlo, donde al menos una vez por semana comía con su amigo y asesor político Horacio Allende, está vez ante la mirada férrea del coronel Saldívar, encargado de su seguridad, quien le pidió que le informara con anticipación los lugares donde iba a acudir. «Si no es mucha molestia».
— Se le informará, coronel.
Por lo pronto, Ávila Puig le reclamó que al final de cuentas puso esos «cristales enegrecidos» al carro oficial que lo hacía ver como un féretro rodante de «fúnebre apariencia», por lo que le pidió » limpiar esos vidrios», pues quería ver y ser visto, y no que la gente se acercará para tratar de saber quién demonios venía adentro como escondiéndose de todo mundo.
–La seguridad, señor, insistió el coronel Saldívar
— Olvídese de eso, quiero ver claro como antes
— Se hará, señor…
— Así es mejor, dijo el ministro e hizo una crítica política:
«Por eso nos detestan: mal usamos el poder. Olvidamos la discreción. Aún para escondernos nos exhibimos…Nos rodeamos de pistoleros, ayudantes, motociclistas, secretarios. Formamos ya una casta aparte… Habrá que corregir esto. Habrá que volver a la moderación, a lo que no ofende».
Ya en las puertas del restaurante Carlo, el dueño, del mismo nombre, lo recibió sonriente y, casi eufórico, le soltó: » es un gran honor, doctor Ávila, que en este día usted, nuestro próximo Presidente, haya venido».
El lugar estaba más lleno que de costumbre, y muchos lo saludaban, le palmeaban el hombro y le decían puras lindezas y parabienes, pero él, entorpecido, tímido y con el temor de hacer el ridículo, no veía ni recordaba a nadie. Junto al ministro iba, como «perro ovejero» el coronel Saldívar, quien no dejaba de «fildear» con su mirada ante cualquier extraño movimiento de la concurrencia entre aquellos que no conocían al Doctor pero se preguntaban quién era ese personaje al que «tantos le sonreían, lo saludaban y le hacían señas y guiños»?.
Hasta que el doctor en Economía llegó a la mesa de siempre, «lejos del ruido y casi de las miradas», donde Horacio Allende ya lo esperaba pero no estaba solo sino que lo acompañaban la profesora Leonora Agundez y su esposo el diputado Ponce Larios para ofrecerle su apoyo tanto del sector femenil de Partido como de varios legisladores que le aseguró se sumarían a la causa del Avilismo.
–Cuando el Gran Día llegue, el sector femenil estará con usted, doctor Ávila Puig, le dijo muy segura la mujer que reclamó mayores espacios para las féminas en la toma de decisiones, de manera que «las cosas irían mejor en el país».
Entre tanto, Carlo ofrecía un whisky al ministro Ávila, quién lo rechazaba como también evitó un chianti prefiriendo sólo beber agua mineral.
Entrometido como siempre, Carlo expresó, sin que nadie le pidiera su opinión: «Ni whisky ni vino para el doctor Ávila, sólo agua mineral como el Presidente…!vaya, vaya, vaya!…En verdad que espera algo grande…eh…?»
Crecía la algarabía por el hecho de que el presidente Gómez-Anda había dado a conocer, a través del conductor de televisión, Jacinto Olmedo, La Lista de los aspirantes a la candidatura presidencial, mientras que en los desayunaderos y en los pasillos políticos no se hablaba de otra cosa que de los posibles aspirantes a la candidatura por la Presidencia de México.
Vendrían más señales y simbolismos muchos de los cuáles saldrían de la mente siniestra de don Aurelio, como el hecho de que haya «gestionado» invitar al ministro Ávila Puig y a su esposa Isabel Vertiz al teatro en el Palacio de las Bellas Artes, para acompañar a doña Armandina, la Primera Dama del país, como un acto político más que de corte social
Pero esos temas los abordaremos en la próxima décima entrega de esta reseña del libro «Palabras Mayores» del autor Luis Spota editado por Grijalbo en 1974 ( continuará).
