Ser reportero, un camino largo y de toda la vida

Por Javier Mejía

Nada más para que se den cuenta del trabajo que costaba obtener una plaza de reportero en un medio de información serio.Tener la categoría de reportero en el diariarismo no era una cosa fácil. Había que luchar y competir contra compañeros y compañeras que buscan lo mismo: incursionar en el Periodismo.

Podrá haber muchas definiciones o nociones cercanas sobre esta extraordinaria labor de informar hechos de interés colectivo, pero es en  ejercicio diario donde adquiere validez  la formación académica y se forman los métodos de trabajo.

Claro que es importante tener una cultura general como también el estar conscientes de que las Palabras tienen honor por lo que debemos cuidarlas y respetarlas.

— A ver Mejía, a qué vienen esas anotaciones?. Será que «en tiempos tan obscuros nacen falsos profetas y muchas golondrinas huyen de la ciudad», diría Joaquinito Sabina.

— Nop, realmente no. Eso parece inevitable en esta época de el Internet, aunque no olvides que, en el mundo de la información, el tiempo pone a cada quien en su lugar.

En realidad las presentes líneas obedecen a que de pronto recordé cómo obtuve mi plaza de reportero en el Diarismo, en la prensa escrita: en el histórico periódico unomásuno.

Eran mis tiempos de estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en la carrera de Ciencias de la Comunicación, allá por 1986, cuando me enteré que solicitaban ayudantes de reporteros (huesos).

Aunque ya tenía una cierta experiencia laboral, ingresar a un Diario sería otra cosa ya que la exigencia era constante y la competencia era brutal.

Acudi a la calle Cerrada de Corregio número doce, colonia Nochebuena Mixcoac, muy cerca de la plaza de Toros y del estadio de fútbol que fue del equipo Atlante y ahora del Cruz Azul. Iba con el nerviosismo natural de un joven que estaba por entrar a una etapa que sería decisiva en mi vida laboral.

En la caseta de vigilancia nos tomaron datos generales y nos dieron un gafete de visitante. Subimos unas escaleras y llegamos a la recepción, donde una chica nos indicó el camino a la Redacción y creo que nos dió un periódico. Un vidrio rectangular separaba el conmutador. La mayoría del piso era de madera. En el sótano estaban los talleres donde se hacía la última corrección, se formaba y se imprimía el periódico.

Había llegado el momento culminante. Éramos más de veinte aspirantes que ocupamos los escritorios donde por las tardes los reporteros redactaban sus notas en sus respectivas máquinas mecánicas de escribir. Eran tres hileras de un lugar semejante a un galeron rectangular de unos diez metros de largo por seis de ancho. Había ventanas por ambos lados y el techo era de láminas metálicas.

Nos repartieron los exámenes con unas 30 preguntas sobre todo de cultura general, de historia de México, geografía, ortografía, acentuación, conjugación de verbos, nombres de presidentes, de gobernadores, capitales del país y del mundo, poderes públicos, composición del Congreso de la Unión, partidos políticos, etc. También nos dieron un cable del Telex para redactar una nota informativa.

Ese era un primer paso, ya que después el Sindicato Independiente de Trabajadores de Editorial Uno (Siteuno), en ese tiempo el reportero Mario García Sordo fungía como secretario general, tenía que darnos su rigurosa aprobación.

Tuve la fortuna de quedar entre los seleccionados y, al llegar a la Redacción General donde nos hicieron el exámen de conocimientos, me encontré con que había cuatro o cinco compañeros huesos que hacian fila para ascender a reporteros. Todos esperaban esa oportunidad.

Nada más para que, amables lectores, se hagan una idea de lo complicado que era obtener una plaza de reportero. Un largo camino que me llevó  más de dos años.

Ahora «con la mano en la cintura» cualquiera se ostenta como Reportero. Maldita sea la cosa. Recórcholis.

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